Capítulo II -Abusos

Con frecuencia, con el paso del tiempo se pierde la perspectiva de los hechos y la realidad se confunde con la imaginación, a veces dando mucha importancia a acontecimientos que no la tienen y otras veces restándo trascendencia a algo que sí la tuvo.

Creo que ninguna de las dos cosas me ocurrirá a mí porque lo que voy a redactar está basado en algunos textos que escribí muchos años atrás, gran parte de ellos en las mismas fechas en las que ocurrieron los acontecimientos. No se trataba de un diario, tampoco de una simple relación de los acontecimientos que ocurrían, sino la necesidad de plasmar por escrito los sentimientos que aquellas circunstancias despertaban en mi: Las lágrimas, el desasosiego, la tristeza, la impotencia, el desamor… el terror. Pretendía desahogarme dejando por escrito mis emociones. No quería que el dolor que estaba teniendo se disolviera a lo largo del tiempo como si no hubiera pasado nada, así que lo plasmé por escrito. Puede que fuera un error porque así, el fuego de ese dolor pervive en los textos, y nunca llegó a apagarse.

No obstante, la primera parte de la historia está basada en mi recuerdo porque entonces era tan pequeño que no hubiera podido escribir ni describir lo que me ocurría. Pero tengo una memoria privilegiada que me permite recordar cosas muy antiguas con todo detalle. Puede que esta capacidad de memoria haya sido un inconveniente que me ha impedido olvidar y así superar los posibles traumas que los acontecimientos me hayan provocado.

Por otra parte, el paso del tiempo puede dar otra visión de las cosas y hacerme comprender que ya no hay ningún problema donde yo creí que lo había. Además, estoy seguro de que tú serás objetiva y me ayudarás a comprender y a superar los pensamientos negativos que a veces me asaltan. O quizá no tengo que superar nada porque en realidad no existe ningún problema.

Esta tarde a pesar de estar algo cansado no he echado siesta pensando en lo que voy a escribir, he estado rememorando, recordando detalles medio olvidados he intentando ponerlos en orden para contártelo. Debo advertirte que hablaré sin pelos en la lengua, tendré que darte detalles muy personales, realmente íntimos, escabrosos. Sé que puedo confiar en ti, tanto como tú en mí. Pero si en el transcurso de la historia te sientes molesta me lo dices y cortaré de inmediato. Piensa que es una historia de amor, desamor, sentimientos, engaños, sexo, abusos…

Como te dije, es una larga historia, así que no puedo contártela de una vez, por tanto tendré que hacerlo por capítulos.

Gracias por dedicarme tu atención. Y aquí empieza la historia.

Lo que seguidamente narro son acontecimientos desagradables. Te contaré situaciones explícitas y quizá utilice expresiones soeces. Tú eres una persona formada, con experiencia, y no creo que lo que puedas leer te afecte. Pero si te resulta muy penoso deja de leer, dímelo y eliminaré los detalles más crudos.

Si tuviera que ponerle un título a esta parte de mi vida supongo que sería “historia de una violación”, pero en realidad no expresaría el auténtico horror de lo que ocurrió porque las consecuencias trascendieron al ya de por si terrible hecho de ser reiteradamente violado. Y es que lo que vino después lo viví mucho peor que las propias violaciones.

Nací en el año 1959, y todo empezó cuando tenía 6 años. Recuerdo perfectamente la edad porque en aquella época la primera comunión se hacía con 7 años, pero mi madre adelantó un año la mía porque tenía la ilusión de que mi hermano mayor y yo la hiciéramos juntos.

Vivíamos en el centro de la ciudad en un antiguo inmueble de dos plantas. Mi abuela, mi tía y mi tío en el piso primero. Y nosotros, mis padres y hermanos, en el segundo.

Yo siempre fui un niño muy bueno y sumiso, no era muy travieso ni daba muchos problemas a mis padres. De hecho de mayor me di cuenta de que de bueno era gilipollas, porque la frontera que separa la bondad de la estupidez es muy estrecha. Así y a título de ejemplo diré que, de todos los hermanos yo era el único que le quitaba los callos de los pies a mi abuela y otras actividades que eran de todo punto desagradables. Pero yo no decía nunca que no.

No he escarmentado porque actualmente soy lo que se dice una buena persona (al menos eso dicen de mí los pocos amigos que tengo), pero a veces procuro, sin lograrlo, que no se note para que nadie se aproveche de que no sé decir “no”.

Ocurrió que a aquella tierna edad —y supongo que por lo estúpido y gilipollas que yo era— mi tío comenzó a abusar de mí. No comprendo cómo lograba que nadie se diera cuenta durante todo el tiempo que duró, porque lo hacía principalmente en su dormitorio del piso debajo del mío, incluso estando su madre y hermana en otras habitaciones. No obstante también se aprovechó de mí en otros sitios: En una casa vacía, en los vestuarios de una piscina pública… Sus abusos alcanzaron la violación ya desde el principio. Me daba por el culo, me obligaba a chupársela y él también me la chupaba. Se metía en su asquerosa boca el diminuto pene de un niño de 6 años, entre otras muchas aberraciones. Siento expresarlo de esta manera tan grosera, pero no puedo usar otras palabras más suaves al recordar los hechos.

Yo estaba aterrorizado porque me amenazaba para que no lo contara, y al mismo tiempo me sentía culpable porque pensaba que estaba haciendo algo muy malo. Procuraba esquivarle, pero si mis padres salían y me dejaban bajo su cargo él aprovechaba la ocasión. Otras veces mi madre me obligaba a dormir en el piso de abajo para dar compañía a mi abuela y a mi tía (que era inválida y subnormal —lo digo con estos términos tan duros porque en aquellos años 60 no se usaban los eufemismos minusválidos psíquicos y físicos—) mientras mi tío llegaba a altas horas de la noche. Y cuando llegaba entonces me sometía a sus salvajes depravaciones sexuales.

Yo sabía que lo que me ocurría era muy malo aunque no comprendía el alcance de aquello. Era la víctima, pero me sentía culpable y sucio. Además, me estaba preparando para hacer la primera comunión y en la catequesis las estúpidas monjas no sabían hablarnos de otra cosa que que no fuera el pecado y el castigo en el infierno. No sé cómo llegué a esta conclusión pero deduje que aquello que yo hacía era un pecado muy gordo. Y creía que si hacía la comunión con aquel pecado tan grande seguramente dios (siempre escribiré dios con minúsculas) me fulminaría de inmediato con un rayo al tomar la hostia. Mi terror no sólo provenía de mi tío, sino también de lo que dios pudiera hacerme por mi pecaminoso comportamiento. No puedes imaginarte en las condiciones de pánico en las que hice la primera comunión.

Insisto en que tenía 6 años, apenas si sabía leer, escribir y sumar, era un ser completamente indefenso en manos de un monstruo depravado. Era una víctima de un desalmado. Pero le eché valor y me confesé. Aproveché que las monjas de la catequesis tras explicarnos lo que era el absurdo sacramento de la confesión nos llevaron a un cura para practicarlo (perdona el lenguaje que uso pero me estoy exaltando mientras escribo). Yo le eché valor y se lo conté al cura. No recuerdo las palabras exactas pero sé que le dije todo lo que me ocurría. Y el hijo de puta del cura se limitó a echarme la penitencia, lo que confirmaba mi teoría de que aquello era un pecado y de que yo tenía culpa de lo que me pasaba. Con el paso del tiempo me di cuenta de la poca humanidad del cura que supo que yo era violado sistemáticamente y no fue capaz de hacer nada por mí. Y ese cura que ya murió aun lo tengo en el recuerdo porque por sus estudios históricos de la ciudad en la que vivo fue nombrado hijo predilecto de la misma e incluso tiene una calle con su nombre. Cuando paso por ella, invariablemente me acuerdo de estos acontecimientos.